En el contexto profesional, la creatividad se convierte en un recurso estratégico para la innovación, la mejora continua y la toma de decisiones en entornos complejos y cambiantes, como los entornos en los que actualmente nos desenvolvemos (las condiciones estructurales sociales de México y Veracruz [economía, política, sociedad, educación]), caracterizado por la volatilidad y la incertidumbre, donde la Universidad Veracruzana, por ejemplo, requieren el empleo de un pensamiento más divergente que nos permita proponer soluciones «originales» y liderar procesos de cambio. Al respecto, Cárdenas Martínez (2019) destaca que la educación, nuestro ámbito de acción, debe asumir el reto de formar personas creativas, capaces de reflexionar críticamente sobre la realidad, su realidad, y actuar con responsabilidad en la transformación del entorno, lo que implica un rediseño sustancial de los modelos pedagógicos, fomentar ambientes flexibles de aprendizaje y promover una actitud creativa desde la docencia, academia y sistemas administrativos que implica.

Con este fundamento, para cultivar la creatividad, tanto en lo personal como en lo profesional, se recomiendan técnicas como el pensamiento lateral, la escritura libre, el uso de mapas mentales, la meditación creativa y la resolución de problemas (por ejemplo utilizando el método SCAMPER [Sustituir, Combinar, Adaptar, Modificar, Poner en otros usos, Eliminar, Reordenar]); además, es fundamental que podamos crear y participar en entornos que valoren la curiosidad, el error como parte del aprendizaje y la colaboración interdisciplinaria. La creatividad no es un don exclusivo, sino una habilidad que puede ser desarrollada mediante la práctica deliberada y el acompañamiento adecuado (Cárdenas Martínez, 2019).