Según Goleman (2011), líderes con la capacidad para gestionar las propias emociones y comprender las ajenas logran crear climas organizacionales más colaborativos y resilientes, esenciales para instituciones educativas que buscan impactar en su entorno. En el ámbito universitario, como el nuestro, esto se traduce en líderes académicos y administrativos capaces de atender conflictos, inspirar equipos multidisciplinarios y alinear metas institucionales con las necesidades de la comunidad.

En la Universidad Veracruzana, donde la misión trasciende la formación profesional para incluir la equidad y la justicia social, la inteligencia emocional y su relación con el liderazgo adquiere una dimensión ética, deontológica; el estudio del Dr. Ajay Sahebrao Deshmukh y Dr. Ishwar Lakhichand Chhanwal (2020) revelan que los rectores y decanos con habilidades emocionales desarrolladas fomentan culturas institucionales más inclusivas, donde estudiantes y docentes se sienten valorados y escuchados, por ejemplo, la capacidad de un líder para practicar la escucha activa —componente clave de la inteligencia emocional según Salovey y Mayer (1990)— puede ser determinante en procesos como la negociación de presupuestos, la implementación de políticas de bienestar estudiantil o la gestión de crisis. Estas competencias no solo mejoran la eficiencia administrativa, sino que fortalecen el tejido social universitario, elementos necesarios para abordar desafíos como la deserción escolar.

Entendamos que la inteligencia emocional en el liderazgo... en las universidades: es una necesidad para cumplir con la vinculación con la sociedad, como señala Boyatzis (2018): líderes emocionalmente inteligentes son más efectivos para construir alianzas con sectores públicos y privados, al tiempo que promueven una gobernanza participativa. En pocas palabras, permite a los líderes académicos equilibrar demandas contrapuestas, como excelencia académica contra accesibilidad, con sensibilidad humana. Un caso ejemplar es el documentado por Lourenço (2025), en el que demuestras que universidades con programas de formación en IE para sus directivos reportaron un aumento de hasta el 30% en la satisfacción de la comunidad universitaria y un impacto más tangible en sus proyectos de extensión social.